Había una vez una hermosa princesa que vivía en un enorme palacio, rodeada de cosas lindas y caras. Nunca le había faltado nada. Siempre tenía todo lo que quería en el momento en que lo pedía.
Por las mañanas se despertaba, miraba a su lado y tenía el desayuno servido en su mesita de luz, con todo lo que a ella le gustaba comer. Luego se ponía a elegir lo que se iba a poner, ya que tenía muchísima ropa y no se podía decidir facilmente. Una vez que estaba cambiada, peinaba su hermoso pelo y maquillaba su perfecta cara. Cuando ya estaba lista, hacía lo que tenía ganas de hacer, cualquier cosa. La bella princesa no tenía que ir a la escuela, ni trabajar, ni nada, y aún así tenía todo lo que quería.
Sus sirvientes la atendían muy bien, aunque ella no se lo merecía, ya que era una joven muy desagradecida e irrespetuosa; además los trataba muy mal, no sólo a ellos, sino a todo el mundo. Sus padres la veían sólo a la noche, y nunca tenían tiempo para hablar con ella, ni para brindarle un poquito de cariño; sin embargo, no dejaban de darle todo lo que ella les pedía.
Tres caballos hermosos y un parque enorme para salir a montarlos, muchísima ropa, una habitación enorme, millones de libros y cosas con las que se podía entretener.
La hermosa princesa JAMÁS se aburría.
Pero por las noches, cuando se iba a dormir, daba mil vueltas en la cama, pensando en muchas cosas. Imaginaba cómo sería su vida si tuviera padres con quien hablar, amigas con quien charlar, alguien con quien compartir cosas.
Pensaba que, si pudiera, cambiaría TODO LO QUE TENÍA, por un poquitito de amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario